Monday, May 19, 2008

su excelencia

El Obispo está triste. ¿Qué tendrá Su Excelencia? En la misa de pronto se le va la conciencia, y divaga sin rumbo cuando dice el sermón. El Obispo está pálido en su silla dorada; tiene mustio el semblante, la mirada extraviada, y en su mano es el báculo como un débil bastón. El vicario general de la diócesis hace venir a un médico famoso, y el eminente facultativo ausculta al dignatario. Al terminar emite su diagnóstico: “El señor Obispo es víctima de un acentuado surmenage. Sufre un estado depresivo que lo tiene abatido, postrado, decaído, agobiado y esturdido”. “Me lo explico -dice el vicario-. Trabaja demasiado”. Replica el médico: “El cuadro melancólico de Su Excelencia no se debe al trabajo. Todos los síntomas indican que padece una orquidalgia parotídica derivada de su falta de actividad genésica”. “¡El Cielo nos valga! -exclamó el vicario, que solía decir una jaculatoria cuando no entendía algo. (Todo el día se la pasaba recitando jaculatorias)-. Y dígame, doctor: ¿hay cura para el mal de Su Excelencia, que no sea su servidor?”. Responde el galeno: “Semen retentum venenum est. El semen que se retiene es un veneno. En el caso que nos ocupa, el líquido seminal no efundido se ha vuelto tósigo letal en el cuerpo del paciente; le ha subvertido los humores corporales, y constituye ahora amenaza grave para su salud, y aún para su vida. Ese veneno debe salir inmediatamente”. “¡El Cielo nos valga! -profirió el vicario por segunda vez-. Y ¿qué cabe hacer en estas aflictivas circunstancias?”. Contesta el facultativo. “Recomiendo que la curia consiga una mujer para que yazga con Su Excelencia”. “¿Una mujer? -exclamó el vicario-. ¡El Cielo nos valga! Recuerde, señor mío, que Su Excelencia ha hecho voto perpetuo de castidad. La coición que usted propone es imposible”. “Yo ya di mi opinión médica -responde, flemático, el facultativo-; lo demás toca a ustedes decidirlo. Pero una cosa le digo: si el remedio prescrito no se aplica pronto, el paciente podrá llegar a extremos de locura, y hasta de muerte”. “Me hace usted temblar, doctor -vacila el vicario-. Ahora bien: el medicamento que usted propone ¿está en el cuadro básico del IMSS?”. “Me temo que no, padre -contesta el médico-. Pero yo mismo puedo encargarme de conseguir a una mujer que nos ayude en este delicado trance”. “¡El Cielo nos valga! -se acongojó el vicario-. En fin: si tan penoso extremo es necesario para salvar la preciosa vida de nuestro pastor, cúmplase la divina voluntad. Necessitas plus posse quam pietas solet. La necesidad tiene fuerza mayor que la piedad. Sin embargo, doctor, debo poner cinco condiciones para admitir a la mujer que tendrá participación en esto”. “¿Cuáles son esas cinco condiciones?-inquiere el médico. Contesta el vicario: “La primera: debe ser célibe. Al pecado de fornicación no se ha de añadir el de adulterio”. “Entiendo” -acepta el médico. “La segunda -prosigue el vicario-. La mujer debe ser ciega. No es conveniente que vea a la ilustre persona con quien estará yogando”. “Muy bien” -concede el galeno. “La tercera -continuá el vicario-. La mujer debe ser sorda. Es muy posible que a su Excelencia se le escape en el curso del concúbito alguna exclamación, alarido, ululato, grito o exclamación involuntaria de placer, y la mujer podría reconocer su voz”. “Comprendo” -dice el facultativo. “La cuarta condición -sigue el vicario- es que la mujer sea muda, para que no pueda contarle a nadie lo que sucedió”. “Está bien -accede el doctor-. Y ¿cuál es la quinta y última condición?”. Responde el otro: “La mujer debe ser tetona”. “¿Tetona? -se asombra el médico-. ¿Por qué?”. Explica el vicario: “Así le gustan a Su Excelencia”... (¡El Cielo nos valga!)

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