“Pero si sucede una desgracia, tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”. Éxodo 21:23-24
Florimel, hermosa chica, fue a hablar con el padre Picho, el párroco del pueblo. Lo halló en la sacristía. “Mi novio es un hijo de p... -le dijo con enojo-. Anoche me tomó la mano”. “Eso no quiere decir que sea un hijo de p..., hija -responde el señor cura-. Mira: yo también te estoy tomando la mano, y eso no significa que sea un hijo de p...”. “Luego me agarró una bubi -añade Florimel-. Es un hijo de p...”. “No lo es, hija -contesta el sacerdote-. Mira: yo también te estoy agarrando una bubi, y eso no significa que sea un hijo de p...”. Prosigue la muchacha: “Pero es que también me hizo el amor. Le digo que es un hijo de p...”. “No lo es, hija -insiste el padre Picho-. Mira: ahora yo también te estoy haciendo el amor, y eso no significa que sea un hijo de p...”. Declara entonces Florimel: “Pero es que mi novio tenía herpes genital, y me lo contagió”. Prorrumpe entonces con furor el párroco: “¡Mira qué hijo de p...!”
Un cardenal portugues recomendo a las portuguesas a no casarse con musulmanes. Pero no crean que el catolicismo es una perita en dulce, empezando por sus enfermos representantes de dios en la tierra.
“Soy una pecadora, padre -le dice la curvilínea penitente al joven confesor-. Estoy poseída siempre por la lujuria, la libídine y la lubricidad. No puedo ver un hombre sin sentir el urgente deseo de entregarme a él. Ahora mismo, en su presencia, me asalta esa imperiosa necesidad de sexo. Temo por mi alma, señor cura. ¿Cree usted que puedo salvarme?”. “Esta vez sí -contesta el joven sacerdote-, porque tengo una junta con el señor Obispo. Pero la próxima vez no te me escapas”...
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